Nosotros, los desmalvinizados
Es cierto. No miro series de Netflix, pero sigo otras. En una de ellas, resulta que hubo un lejano país que libró una Guerra contra un histórico imperio, que luego de una larga trayectoria de piratas, colonos comerciantes de esclavos, se había ensañado con sus propios habitantes, tratando de convencerlos a la fuerza de que lo social no existe, que no hay alternativa, que era el orden de hierro del mercado o nada, que el estado de bienestar debía desaparecer. Sin embargo, en el lejano país se la tuvo por una guerra fallida porque quienes la desencadenaron no estaban legitimados por el pueblo, como si la legitimidad de un hecho pudiera explicarse por su prístino origen... Esa guerra, mal parida, sorprendió sin embargo a los poderosos. Tanto que años después el otrora Imperio reconoció que la guerra había sido una serie de victorias tácticas del pequeño país y una gran derrota estratégica. Por su poder, podía atreverse a decir esas cosas que en el "pequeño" país estaban aún hoy prohibidas. Cuando la guerra terminó, y de precipitó el gobierno de facto, los adolescentes que no habíamos ido a la Guerra olvidamos a nuestros hermanos, los combatientes. La guerra no había existido. No habían pasado ni cinco años, y estábamos fascinadas con el rock inglés. Inglés de Inglaterra. No el rock en inglés. Pegamos fotos en nuestras paredes de punks ahora devenidos estrellas de la sorda colonización; nos vestimos de New romantics; escuchábamos Sex Pistols, The Clash, The Cure, Culture Club, Depeche Mode. Sabíamos más de los jóvenes marginales hijos de trabajores venidos a menos durante el tatcherismo, que de nuestros hermanos los combatientes. La colonización se llamó desmalvinizacion. Estaba ahí. No era ningún secreto. Se decía que era necesaria como parte de la construcción de una sociedad de valores democráticos. Se trataba de un dispositivo discursivo digno de un análisis foucaultiano, con sus procedimientos de exclusión, sus interlocutores autorizados, su organización en las disciplinas y sus preguntas pertinentes, sus mecanismos de enrarecimiento de los sujetos que podian hablar de los temas, su adoctrinamiento mediante un aparato audiovisual potente que incluía películas, canciones, modas. Algunos jóvenes de los más comprometidos con la política y la justicia, que clamaban por las víctimas de la dictadura y militaban las causas de los derechos humanos, repetían socarronamente que Inglaterra debía ser honrada porque había hecho la guerra a la dictadura. Nuestros hermanos, los combatientes, mientras tanto trataban de reconstruir su vida, trabajar, volver a estudiar, formar una familia, elaborar el trauma del dolor, la muerte, mientras se cansaban de escuchar que los que fueron a la guerra eran cómplices de la dictadura, que todos allí habían sido cobardes, que eran víctimas engañadas y no héroes, que los mandos militares eran todos crueles y cobardes. Algunos no lo soportaron. Lo que ellos habían vivido era nada. No podían siquiera hacer escuchar su testimonio, que por singular deliberadamente había quedado fuera del violento dispositivo desmalvinizador. Y algunos optaron por asumir el destino de sus propias experiencias: desaparecer. Pero quedaron las películas, las crueles generalizaciones, las novelas irónicas escritas por publicistas pasados de cocaina... Todo el despliegue ideológico de una generalización con la misma fuerza y violencia que aquel gobierno autoritario. Porque la represión es también discursiva, y no hay que vestir uniforme para ejercerla. Pero además del aspecto audiovisual del dispositivo estaban las voces autorizadas de los intelectuales de gestos posmodernos que salieron a teorizar sobre el non-sense de la Guerra, a coro con los políticos que decían que las islas quedan lejos, que no sirven para nada. Claro porque a Inglaterra le queda cerca... A lo largo de décadas solo se conocido una mujer que se atrevió a rescatar la cuestión Malvinas. Un rescate mucho más contundente que una indemnización o resarcimiento. Declaró, con toda la fuerza de la dimensión simbólica del nombre, proferido por una mujer, máxima autoridad de un país, legitimada por el voto popular, que todo combatiente es un héroe. El capítulo terminó cuando esa mujer fue denunciada por múltiples y falsas causas, además de intrigada secretamente - mientras gobernaba- por representantes de organismos internacionales a que deje de tocar el tema Malvinas, además del misterioso naufragio de un submarino cuyas causas están sin esclarecer. Creo que a fines del 2019 empieza una nueva temporada.
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