La vuelta del neoliberalismo y la fobia al Estado - Paula Schaer
La economía es el método, pero el objetivo es cambiar el alma
Margaret
Thatcher
La sociedad no existe
Margaret
Thatcher
1. Javier Milei se presenta como un neoliberal ortodoxo. Hay autores que establecen una diferencia fundamental entre neoliberalismo y liberalismo[1]. Desde esta perspectiva, los treinta años gloriosos en Occidente podrían llamarse también liberales en la medida en que distribución, economía planificada, protección del empleo y del mercado interno eran, en definitiva, formas de garantizar en un determinado contexto el ejercicio de libertades o derechos: derecho a consumir, derecho a trabajar, derecho a estudiar, derecho a la salud, derecho a jubilarse. El keynesianismo fue liberotógeno en la medida en que bajo determinadas circunstancias hizo posible ciertas libertades. ¿Cómo? Con política estatal.
2. El neoliberalismo que Milei profesa es
contemporáneo del New Deal y nació como un diagnóstico alternativo acerca de la
Gran Crisis de 1929. Hubo que esperar a la Alemania de posguerra que, rodeada
de keynesianismo europeo, se daba el lujo de imponer en una tierra y un Estado
arrasados la libertad de precios. ¿Cómo? Con el argumento falaz de que había
habido una política económica nazi cuyas características eran la planificación,
el proteccionismo y el agrandamiento del Estado, y que cualquiera de esas
políticas tomadas por sí solas llevarían necesariamente una a la otra, y todas
juntas al nazismo nuevamente. Luego de esta experiencia, hubo que esperar a la
crisis de los 70 para que empiece a pensarse seriamente el programa neoliberal
como “realizable”, primero como experimento en Chile, como imposición
terrorista en Argentina, democráticamente en Francia, Inglaterra, Estados
Unidos, España, etc.
El infierno - Giovanni de Módena |
3. Argentina desde 1976 no dejó de
avanzar en ese sentido hasta diciembre de 2001. Luego del estallido social sin
parangón en la historia de nuestro país, el gobierno de Néstor Kirchner trató
de revertir dicho programa a partir del fortaleciendo el Estado y la
utilización las herramientas prohibidas para el neoliberalismo: planificación,
protección, dirigismo económico y distribución. Los resultados fueron buenos
hasta que la sombra de la inflación empezó a asomarse lentamente. Macrismo y
endeudamiento, pandemia, sequía, necedades varias y fuego amigo terminaron de
despertar las momias neoliberales.
4. Este domingo (y quizá los próximos
cuatro años) vamos a tener que vérnosla con Milei, un personaje que se dice
neoliberal, pro mercado, admirador de la Thatcher. Decíamos que liberalismo y
neoliberalismo no son lo mismo. El laissez faire y el mercado como intercambio
de bienes y servicios no son el objetivo último de las políticas neoliberales
que promueve Milei. El Shangri-la mileiano es la tierra prometida de la
competencia pura, donde cualquier mecanismo anticompetitivo (el lazo social por
sobre todas las cosas) debe ser eliminado. Las personas ¿qué somos?
Competidores. Todo vale en este juego, y la única función del Estado es poner reglas
abstractas para que podamos competir sin límites, incluso vendiendo órganos o los
hijos propios. La desigualdad generalizada es el objetivo último del
neoliberalismo. La Shangri-la prometida donde no hay salud pública ni educación
pública ni solidaridad alguna que nos disuada de competir todos contra todos. Cualquier
asociación, incluso la familia es algo aberrante para el neoliberal en la
medida en que impediría entre otras cosas prácticas como la venta de hijos o la
renuncia a la paternidad.
5. En este sentido, no se parece en
nada el liberalismo que garantizaba ciertos mecanismos (las asociaciones
sindicales, por ejemplo) para que los intercambios no sean del todo injustos.
Basta mirar el 14 bis, agregado en la Constitución “Libertadora” de 1957, para entender
que esas garantías estaban ahí para sostener la relación capitalista del
trabajo como mercancía, pero estaban. Gracias a esos mecanismos que no son otra
cosa que leyes, órganos ejecutores, aparatos burocráticos y empleados públicos,
en resumen el Estado, sostenían y todavía sostienen esos andamiajes de la
equidad fundamento del lazo social. Al contrario, la sociedad que propone Milei es
la de los juegos del hambre, la guerra de todos contra todos, el sálvese quien
pueda. La libertad avanza sin límites, va contra el Estado, pero se lleva
puesto el lazo social.
6. ¿Qué es lo que hace que la fobia al
Estado que profesa Milei no nos suene tan rara? Esta serpiente ha crecido al
calor del huevo progresista que habita nuestras mentes; esa mentalidad que cuando
hablamos de obligaciones ciudadanas ve disciplinamiento sin más; de salud
pública, “medicalización” sin más; de orden público, “violencia” sin más; de fuerzas
de seguridad, “represión” sin más. Mientras más nos regodeamos en la supuesta bondad
de nuestros discursos antisistema (porque el sistema es malo), vemos avanzar el
analfabetismo funcional, los antivacunas, la “entendible” violación de la norma,
el descrédito de quienes a diario enfrentan la violencia con mayúscula. Estos discursos
políticamente correctos conllevan a la fobia respecto de toda institución que se
ha ido gestando durante estos años. Por poner un ejemplo: esa fobia es la que en
las escuelas deja a los niños abandonados a su suerte y a los docentes impotentes
frente a las hordas de padres y madres ávidos de denunciar la corrección de una
falta de ortografía. Hay una solidaria fobia al Estado que comparten el neoliberalismo
y la mentalidad progresista. Esa mentalidad tuvo su partida de nacimiento en la
posdictadura cuando se gestó el argumento equívoco de que Estado era sinónimo
de terrorismo. Frente a esa equiparación era necesario aclarar y aún hoy hay
que repetirlo: lo que hubo fue un gobierno de facto que cooptó el Estado, lo
sitió, lo sometió a la voluntad de un sector de la sociedad para ejercer
violencia sobre otro sector de la sociedad, lo convirtió en terrorista. Esto es
ir, precisamente, contra las garantías ciudadanas que se expresan en la
Constitución y que se ejecutan a través de los mecanismos públicos
materializados en los tres poderes del Estado. Pensar que el Estado como
mecanismo puede asociarse al terrorismo sin más es volver a la trampa
argumental del neoliberalismo de los años 50 cuando se hablaba del Estado nazi
y la equiparación de las políticas proteccionistas, distributivas, etc., con el
nazismo.
7. La fobia al Estado se la debemos al
neoliberalismo, pero sobre todo a la mentalidad progresista. Fueron décadas de
neoliberalismo y, cuando se cayó a pedazos, más décadas de progresismo. En los
noventa teníamos a la empleada de Gasalla, pero también a la inteligencia
progresista que daba argumentos o justificaciones para no mirar con malos ojos
la destrucción del Estado. Esta mentalidad sobrevivió al neoliberalismo, y
siguió horadando con sus slogans de alma bella cualquier política pública que
implicará una orientación clara respecto del imperio de las normas que
instauran derechos pero también obligaciones. Hasta acá llegamos. ¿Qué nos
queda? Ganar, e inmediatamente ponernos a trabajar en políticas que permitan
reestablecer la comunidad, reconstruir el lazo social mediante la recuperación
de las banderas de la justicia social, la soberanía política y la independencia
económica, teniendo en claro que sin un Estado capaz de garantizarlos con
eficacia y eficiencia no hay derechos. A los que tienen esa responsabilidad
(los políticos): la solidaridad con el pueblo y la
corrección consigo mismos. Ahí también hay mucho que revisar. De cualquier manera,
ganemos o no, se impone hacer la genealogía del discurso progresista en estas
tierras y su convergencia con el neoliberalismo y su fobia al Estado.
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