Tomas Picketty y sus detractores
El renombrado economista, Tomas Picketty, estará esta semana en Buenos Aires. Le Monde de setiembre publicó un dossier sobre
riqueza y desigualdad, en donde se incluyeron extractos del libro de Thomas
Picketty, El
capital en el siglo XXI, además de una nota de un profesor de Historia de la
Universidad de California, Russell Jacoby, titulada “Los olvidos de Thomas
Picketty”. Van aquí algunas reflexiones sobre esta última nota.
Reacciones
a la propuesta de Picketty
Paula Schaer
El texto de Thomas Picketty ha conmovido el debate
económico mundial, a raíz de su exhortación a los estados a retomar el control
del capitalismo y de los intereses privados y a reconsiderar la distribución en
el centro del análisis económico. A nosotros en América Latina y,
especialmente, en Argentina no nos sorprende la cuestión. Sin embargo, a nivel
mundial son muchas las reacciones y los debates en torno a los análisis y las
propuestas de Picketty.
En efecto, Picketty ya tiene sus críticos y
detractores, y como otras veces, cada vez que surge alguna propuesta que aspira
a morigerar los males del capitalismo, se desencadena la “corrida por
izquierda”, táctica discursiva de los exégetas moralistas de Marx que pretenden
neutralizar cualquier discurso que vaya más allá la hermenéutica textual, la
“bella” y siempre estéril crítica de la que adolece el pensamiento de cierta
izquierda y cuyos efectos viene capitalizando fructuosamente la ideología
neoliberal desde los años ochenta, efectos de “castración” de todo discurso que
pueda convertirse en una propuesta
concreta para frenar los daños del capitalismo, y no dejar para mañana (cuando
suceda la revolución) lo que podemos ir consiguiendo hoy. A los argentinos
tampoco nos sorprenden estas actitudes. Basta con recordar cómo se compone la
oposición al movimiento que, aun con sus idas y vueltas, aun con sus
complejidades, ha impulsado históricamente los derechos sociales en la
Argentina.
El artículo de Russell Jacoby arranca con un
esbozo de lo que, según él, sería el campo de fuerzas en donde debemos colocar
a la tesis de Picketty. Acaso teniendo en vistas el efecto retórico, de una
manera inexplicable, homologa la posición de Picketty con la de Allan Bloom,
quien allá por los ochenta encarnaba el reaccionarismo frente a los estudios
sobre las mujeres, el género y las minorías. Al lector no le queda para nada
claro cuál sería la relación que funda esta extraña analogía entre Bloom y
Picketty ni cuál sería el campo de fuerzas que le permite afirmar que Picketty
sería a la economía en el Siglo XXI lo que Bloom a la educación en los ochenta.
R. Jacoby no busca, según lo aclara, analizar
hasta qué punto Picketty es fiel o no a la letra de Marx, pues lo que en
realidad importa, dice con verdad, “en qué aclara nuestra miseria actual este
libro”. Sin embargo, inmediatamente señala la inautenticidad de la lectura de
Picketty (su límite teórico), pues sólo aspira a erradicar las desigualdades
extremas (enfocándose en los salarios, los ingresos y las riquezas), mientras
que Marx -concentrándose en las mercancías, el trabajo y la alienación- “busca
abolir esas relaciones y transformar las sociedad”. Le falta decir:
¡Excomulguen a Picketty!, pues no respeta el dogma de la revolución y se
concentra en los efectos (los ingresos), -ahora citamos- “en lugar de mirar el
trabajo como origen y desarrollo de las desigualdades y la acumulación de capital
como productora de desempleo parcial, ocasional o permanente”. Es cierto. ¿Pero
acaso para analizar la miseria actual es menester repetir eso que ya sabemos?
¿Acaso esa realidad que, como bien señala R. Jacoby, Marx predijo, no amerita
encontrar las formas de afrontar sus nefastas consecuencias, por ejemplo, gravando
los ingresos delirantes de los que más tienen para ayudar a quienes no pueden
ni podrán trabajar (ni alienada ni desalienadamente), porque la acumulación de
capital implica la ultra eficiencia de los procesos de trabajo a través de la
tecnología, lo que disminuye la demanda de empleo a nivel mundial.
Pero lo más grave, según R. Jacoby, sería el límite
político de Picketty en la medida en que “acepta la sociedad tal cual es y
solamente busca reequilibrar la distribución de los bienes y los privilegios”.
Pura resignación. ¿No? Pero entonces para ilustrar de qué va la resignación, R.
Jacoby se refiere al matrimonio igualitario que “no afecta en nada la
institución imperfecta del matrimonio, que la sociedad no puede ni abandonar ni
mejorar”. En síntesis, pareciera que
-para R. Jacoby- la “mediocridad” gay (como, para Bloom, la mediocridad del
relativismo cultural), queriendo obtener un derecho igualitario, se resigna a
una institución imperfecta. “¡No quieras el matrimonio igualitario hoy! -parece
exhortar- ¡Desea terminar mañana con la institución imperfecta del
matrimonio!”. Imagino la respuesta de quienes festejaron el reconocimiento de
ese derecho: “¿Por qué razón renunciar a un derecho que a las claras puede
cambiar nuestra vida (no la de todos, pero al menos por ahora la nuestra)? ¿Porque
se trata de una institución imperfecta?”
Y yo le preguntaría al profesor de California: ¿en qué sociedad humana habría instituciones
perfectas? ¿De qué clase de hombre estamos hablando? Pero, afortunadamente, la
elección del ejemplo por parte de R. Jacoby echa luz sobre el campo de fuerzas
que sin éxito intentaba describir en el primer párrafo del artículo, y nos
aclara cuál es su propia posición en dicho campo: claramente del lado de Bloom.
R. Jacoby también cita a Tawney, quien sostiene
que el movimiento obrero está equivocado cuando cree en la posibilidad de que
esta sociedad le conceda más valor a las personas y menos al dinero. Equivocado como Picketty,
como los gays, pues “no aspira[n] a un orden social diferente, en el que el
dinero y el poder económico [y el matrimonio, agregamos nosotros] ya no sean el
criterio del éxito”. Y, buscando el efecto retórico, arremete con el argumento
ecologista que ni el propio Marx tuvo en cuenta, pero que hoy es muy efectivo:
“Que todos tengan derecho a contaminar representa un progreso para la igualdad,
pero seguramente no para el planeta”.
Desde el púlpito, R. Jacoby insiste, y con
razón, cuando dice “Que el obrero esté mejor remunerado no cambia en nada su
dependencia”. No podría no tener razón, y vaya si el obrero no lo sabe. Soporta
a diario la humillación del supuesto saber de otro que lo supervisa, y goza
negándoselo. Sin embargo, la jornada de ocho horas, la seguridad social, el
descanso pago semanal y anual, el seguro contra accidentes, el salario mínimo,
no son dádivas del capitalista, sino logros que dentro del capitalismo los
trabajadores con su sangre supieron conseguir. Pero, para R. Jacoby y a pesar
del propio Marx, ni el eje de Picketty ni el de los trabajadores que luchan por
sus derechos coinciden con el eje marxista. Marx no aspira a reducir la brecha
de ingresos (como Picketty, y como se había logrado en los Treinta años
gloriosos, incluso en Latinoamérica), sino a transformar el capitalismo y
ponerle fin a su dominio. Y volvemos al mismo lugar, el círculo histérico de una
izquierda estéril que derrocha goce y malgasta tiempo y saber en su aspiración
a la revolución, despreciando las pequeñas victorias y operando como la mala
conciencia que siembra culpa al que no quiere el cambio total, pues sólo la
visión de la revolución, de la transformación total, debería guiarnos. Y dice
la mala conciencia: “No, eso que pides no es la verdadera revolución, corresponde
a un interés mezquino. No quieras hoy una vivienda digna, un salario digno, un
trabajo digno porque estás dentro del capitalismo; y si lo quieres, siéntete
culpable por ello”. A lo que el obrero podría responder: “Pero si quiero la Revolución
mañana, ¿qué debo querer/hacer ahora?”. Y entonces la voz calla.
Finalmente, R. Jacoby reconoce el utopismo de
Marx, y lo contrapone a la mediocridad de un Picketty quien, según sus palabras, no es más que
un economista “convencional”, pues sólo aporta una salida práctica en el
elemento natural de los economistas, a saber: las estadísticas, los proyectos
impositivos y las comisiones encargadas de examinar estas cuestiones (esta
referencia a las comisiones parece casi como una mueca a lo impulsado por
nuestra Presidenta en las Naciones Unidas para reestructuración de deuda soberana). A su entender, la recomendación de
Picketty sería apenas una política fiscal desde arriba. Poca cosa, ¿no? Porque
en definitiva, para el profesor de California, pedir el igualitarismo es democratizar
el mal. Otra vez la retórica, ahora para terminar. Pero la frase elegida es
poco feliz, señor Profesor. Casi declamando y con cierto lirismo cita las palabras del joven
Marx y dice: “La crítica ha deshojado las flores imaginarias que cubrían la
cadena, pero no para que el hombre lleve la cadena prosaica y sin consuelo,
sino para que sacuda la cadena y coja la flor viva”. El heroico crítico deshoja
las flores, y le deja a los hombres la difícil tarea de romper la cadena. Gracias,
muchas gracias.
Hola! Llego a tu blog desde el face de Kari Mauro.
ResponderEliminarExcelente nota. Esa actitud que describís de cierto sector de la izquierda siempre me hizo tanto ruido! Parece mentira que una tradición filosófica tan rica como el que posee la izquierda quede circunscripta a un solo modo (la Revolución) de alcanzar el fin de la explotación del hombre por el hombre.
¿Es menos válido que se reduzca la mortalidad infantil solo porque se logra "dentro de un marco capitalista"? ¿Es que todavía no se dieron cuenta que no es una cuestión de modelos sino de combatir la alienación que provoca el Poder?¿Qué de la evolución espiritual y cultural del pueblo?¿Puede borrarse del colectivo la noción de propiedad privada de un plumazo luego de tantos siglos?
Creo que es muy saludable que las ideas de Marx empiecen a ser revalorizadas, aunque sea de a poco... Quizá estos años de neoliberalismo hayan servido para empezar a quitarle ese halo "demoníaco" que le pintaron al gran Karl durante el siglo XX.
Esperemos que lo conseguido en esta década pueda perdurar. Esa quizá sea el gran desafío y la gran deuda: que las conquistas queden institucionalizadas y nadie pueda venir a borrarlas con un decreto o un bastonazo.
Abrazo
El Coru
Compartido plenamente lo que decís. Y veo que también tenés un Blog. Voy a leerte. Ese ruido del que hablás, esa sensación de disgusto me llevó a intentar desenmascarar los argumentos del tal R. Jacoby, reflexionando desde donde habla. En fin, nos queda decir esas cosas y seguir luchando para que conseguido en esta década, la política por sobre todas las cosas, no volvamos a perderla y podamos profundizarla en el debate y en la acción. Como vos decís es el gran desafío y un verdadero compromiso con el futuro. Un fuerte abrazo! Paula
Eliminar